“Los
efectos de este fenómeno van más allá del daño a víctimas individuales. El
coste corre a cargo de toda la sociedad”
Comentarista:
El Portal Jurídico
Aduanero PJA., tiene el honor de presentar nuevamente a nuestro invitado
especial al Dr. Martín Eduardo Botero de Milán Italia, distinguido maestro en
Derecho Penal y Conferencista internacional quien en esta oportunidad nos ilustra
con su valioso comentario referido a la corrupción, sin duda alguna un tema
por demás trascendental en estos últimos tiempos que vive la sociedad actual.
Históricamente, la corrupción ha sido
objeto de una preocupación menor, y en algunos lugares incluso era aceptable,
pero al volverse las fronteras nacionales cada vez más porosas, una nueva
normativa más estricta, la llegada del milenio digital y ganar aceptación las
convenciones internacionales anticorrupción, esta cuestión ha cobrado
protagonismo. La corrupción suele producirse habitualmente en regiones donde la
normativa que regula el tráfico de influencia y el blanqueo de dinero es
deficiente o donde existe una laxitud en la observancia de las normas en vigor,
y suele encontrarse en los mercados en desarrollo. La falta de normativas y de
su observancia se cita como razón principal de los elevados niveles de
corrupción (en todas sus formas). Pese a la suficiente presencia de leyes
disuasorias que contemplan acciones penales e incluso condenas de prisión para
los corruptos, el lento ritmo de los procedimientos judiciales se ha traducido
en muy pocas condenas reales.
La corrupción constituye un negocio
atractivo, ya que, en la mayoría de los casos, la posibilidad de ser castigada
es reducida. Varios estudios han indicado que la corrupción, en especial la
gran corrupción, suele estar vinculada a la delincuencia organizada debido al
menor riesgo relativo que entraña si se compara con otras formas de actividad delictiva
(contrabando, drogas, etc.) y a los mayores márgenes de beneficios que rinde.
La corrupción ha ido convirtiéndose a lo largo de los años en una actividad
delictual cada vez más compleja y ahora constituyen una amenaza muy grave para
la economía y la sociedad de los países en desarrollo.
EL PROBLEMA:
Se dice que la corrupción es un delito
sin víctimas (directas), pero también se dice que constituye un delito contra
la humanidad. La primera suposición es simplemente falsa, y la segunda
expresión es verdadera. Sin bucear demasiado profundo en la cuestión, veamos
rápidamente por qué.
Se dice que la corrupción es un delito
sin víctimas, el razonamiento detrás de esta afirmación es que la corrupción no
daña directamente a otras personas. El corrupto y el corruptor actúan sin
violencia y no dañan a nadie. Si no dañas a nadie no es un delito. Una de las
características esenciales de todo tipo de corrupción es que reposa en un
«pacto de silencio» entre sobornador y sobornado. Por lo tanto, raramente
existe una parte afectada que pueda denunciar un caso de corrupción a la
policía y las autoridades judiciales y, de hecho, se denuncian muy pocos casos
de corrupción. Esto se debe probablemente a que la corrupción normalmente se
sella a través de un pacto de silencio entre sobornador y sobornado, que tienen
un mutuo interés por ocultar sus actividades en la mayor medida posible.
Sin embargo, los efectos nocivos de la
corrupción van más allá del daño a víctimas individuales. El coste corre a
cargo de toda la sociedad que se enfrenta con servicios inadecuados y
funcionarios corruptos y a la que se les niega el acceso a la justicia y a
otros servicios públicos, lo que genera un tratamiento discriminatorio entre
los ciudadanos; sin hablar de la degradación de los estándares morales de la
sociedad. Los efectos sociales de estas percepciones de corrupción basadas en
hechos socavan la legitimidad del Estado y la democracia misma. La corrupción
acarrea la exclusión y la desconfianza social, incluida la ingobernabilidad. Y,
por ende, los derechos sociales, económicos y culturales, consagrados jurídica
y legislativamente, distan de ser exigibles y realizables (CEPAL, 2007).
El modo de pensar de los ciudadanos
respecto de la corrupción es también un factor fundamental que afecta a la
prevalencia de este problema en prácticamente todas partes del mundo. Los ciudadanos
con frecuencia tienen la impresión de que la corrupción es un “delito sin
víctimas” y que el saqueo brutal del erario público (es decir, “el desvío de
recursos que podrían ser asignados a satisfacer necesidades de educación,
salud, vivienda y que son, por el contrario, desviados hacia otros fines”) no
les afecta negativamente, así como tampoco a la comunidad o a la economía en
general. “En tal sentido, la corrupción, como forma de asignación de recursos
públicos a fines distintos del bien común, pasa a constituirse en una forma
grave de violación de los derechos humanos”. (CEPAL, 2007). Estar libres de
corrupción es un derecho fundamental y un valor común que no está sujeto a
negociaciones o restricciones de ningún tipo.
La corrupción no es un delito sin
víctimas y constituye un delito contra la humanidad dado que esa práctica
ilícita pone en peligro la estabilidad política, social y económica y, en
última instancia, amenaza la seguridad y la protección de la sociedad en
general. Para las personas indigentes el pago de tan solo unos pocos pesos por
un servicio médico gratuito puede tener efectos devastadores en sus vidas,
patrón que se acentúa entre las personas de origen indígena —aún más en las
mujeres que en los hombres— y las más pobres. Estamos completamente convencidos
de que la corrupción y la impunidad generalizadas, así como el enriquecimiento
fraudulento o ilegal de altos cargos estatales tienen consecuencias severas en
el disfrute de los derechos humanos y profundas repercusiones sociales, económicas
y ambientales.
Es importante entender que
determinadas actuaciones de impunidad, nepotismo, privilegios y cleptocracia,
donde reinan las relaciones basadas en costumbres, vínculos privilegiados y
preferencias nacionales que utilizan diversas partes interesadas del Estado, ya
sean los gobiernos o las empresas a nivel individual, pueden contribuir a
aumentar la adhesión o la adopción de la corrupción. La lucha contra la
corrupción implica una vía larga y difícil, hecha de educación y cultura, se necesita
dice el Santo Padre, buena voluntad, mayores esfuerzos y una “cooperación por
parte de todos, según las propias posibilidades, los propios talentos, la
propia creatividad.”
Comentario
de PJA. El Dr.,
Botero, M. E., sin tapujos realiza un enfoque analítico y descriptivo de la corrupción
en sentido amplio considerando aspectos sobresalientes de las afectaciones que involucra
el fenómeno de la corrupción. Este mal endémico y expansivo no tiene fronteras
ni límites ni siquiera identidad menos nacionalidad, pero su presencia es latente
desde tiempos remotos en la humanidad, destaco lo dicho por el Dr. Eugenio Raúl
Zaffaroni al referirse al índice de la criminalidad como problema social que difícilmente
una ley penal podría resolver dicho problema. Claro está, la ley penal resuelve
los problemas penales, sin embargo la corrupción es un problema social, cultural
enraizada en la mayoría de las sociedades.
La corrupción efectivamente constituye
una organización criminal propio de corporaciones que mueve inteligentemente
sus tentáculos en todos los escenarios de la vida civil y política de la
sociedad global, por eso es un problema social carente de valores y principios morales
que deberían regir el buen vivir. Comparto absolutamente con el autor MEB., que
la lucha contra la corrupción debe emerger de la educación y la cultura. De lo
contrario la corrupción continuará devorando sociedades íntegras aunque en el
papel esté escrita la tipicidad del delito y que no es suficiente para
contrarrestar, el hombre y la mujer de hoy requiere de la transformación
sustancial desde adentro hacia afuera con armadura resistente contra cualquier
ofrecimiento mediático.
SÓLO LA CULTURA NOS HARA LIBRES Y DIGNOS