Por
CAROLINA CANALES CASTREJÓN
Licenciada
en Criminología y Criminalística por la Universidad Popular Autónoma de
Veracruz (UPAV). Egresada del Instituto Politécnico Nacional. Conferenciante,
articulista y tallerista sobre desarrollo humano. Doctora Honoris Causa por el
Colegio Internacional de Profesionistas C&C.
La
historia de la Criminología es, en muchos sentidos, la historia de la
humanidad. Pasión, avaricia, locura, venganza, en fin, existen muchas razones
por las que las personas acaban cometiendo crímenes y, aunque la mayoría de estos
crímenes se olvidan rápidamente, excepto por las personas directamente
involucradas, algunos aún se recuerdan y se comentan décadas después.
Lo
cierto es que el crimen está en todas partes, a todas horas. Los grandes
crímenes nos fascinan, nos intrigan. Todos queremos que las fuerzas de
seguridad encuentren a los asesinos para que puedan pagar por sus fechorías. Y
siempre es desalentador e inquietante cuando eluden la justicia. Son acciones
que laceran la seguridad de todos y todas no sólo en México, sino en el mundo
entero.
A
medida que la sociedad humana ha evolucionado durante miles de años, también lo
ha hecho nuestra comprensión de las causas del delito y las respuestas de las
sociedades a él. Sólo en los Estados Unidos se estima que uno de cada tres
asesinos nunca comparecerá ante la justicia. Estadísticas alarmantes nos hablan
de cifras exorbitantes en nuestro país, con casos de asesinatos, desaparecidos
y demás, que permanecen sin resolver desde 1980.
Algo
está pasando con nuestro Sistema de Justicia Penal o qué ¿acaso existe realmente
algo parecido a un crimen perfecto? ¿Son los criminales, tan buenos e
inteligentes para cubrir sus huellas? ¿Cómo logran escapar a la justicia? ¿De
cuántas formas se puede castigar a un delincuente? Tantas preguntas en el aire
cuando se insertan en la mirada fascinante de un criminólogo.
Cuando
miras la retorcida mente de un asesino, hay algo diferente. ¿Pero, qué exactamente?
¿Qué empuja a algunas personas a perder todo sentido de la humanidad y la
decencia? Por otro lado, la historia no sólo está llena de crímenes extraños,
también hay asesinos enloquecidos e impostores habilidosos.
Cuando
escuchamos la palabra “criminólogo”, todos nos imaginamos, casi sin excepción,
a la típica estampa de una escena del crimen donde una persona con un traje
extraño recoge huellas, toma fotos del cadáver, examina el cuerpo de la
víctima, analiza patrones de salpicaduras de sangre en la pared y en el suelo,
etcétera.
Este
cliché, popularizado por las series de televisión, no refleja en absoluto la realidad
del trabajo científico forense que en realidad se realiza en campo. Los
criminólogos somos científicos sociales que, entre otras cosas, tratamos de
prevenir el delito y eso implica el estudio empírico del comportamiento
delictivo y la reacción social frente al mismo: concretamente, analizamos el
delito como acto individual, al delincuente, a la víctima y las medidas de
control social existentes (formales e informales).
Todos
tenemos en mente a clásicos personajes del cine como Patrick Bateman, al doctor
Hannibal Lecter de “El Silencio de los Inocentes” o a Jack Torrance,
protagonista del filme basado en la novela de Stephen King, “El Resplandor”.
Son los típicos psicópatas que, por lo general, nos vienen a la cabeza. Pero, ¿qué
hay a lo largo de la historia? ¿Por qué hoy en día es fundamental la formación
de criminólogos y criminalistas?
La
delincuencia ha sido un problema a lo largo de la historia. Para dar respuesta
a los crímenes, se establecieron en las primeras sociedades leyes que definían
claramente los delitos y los castigos correspondientes. Estos primeros intentos
permitieron que la víctima de un crimen emitiera el castigo, pero tratando de
aclarar que la respuesta a un crimen en particular debía ser igual a la
gravedad del delito en sí. El Código de Hammurabi es uno de los primeros
intentos, y tal vez el más conocido, de establecer una escala de castigo para
los crímenes.
Los
principios establecidos en el código se describen mejor como la “ley de
represalias”. Se basa en la aplicación de la Ley del Talión, que incluye además
el principio de presunción de inocencia. En la cultura occidental, muchas de
las primeras ideas sobre el crimen y el castigo provienen del Antiguo
Testamento de la Biblia. El concepto se reconoce más fácilmente como la
expresión “ojo por ojo”. En las primeras sociedades, el crimen, junto con casi
todo lo demás, se veía en el contexto de la religión. Los actos criminales
ofendían, ya fuese a Dios o a los dioses. Fue en este contexto en el que los
actos de venganza quedaban justificados, como un medio para apaciguar a los
dioses por la afrenta cometida contra ellos.
Platón
fue uno de los primeros -y por cierto uno de mis favoritos- en teorizar que el
crimen era el resultado de una educación deficiente y que los castigos por
crímenes deberían evaluarse en función de su grado de culpa, lo que permite la
posibilidad de incluir circunstancias atenuantes. Aristóteles, por su parte,
desarrolló la idea de que las respuestas al crimen deberían intentar prevenir actos
futuros, tanto por parte del criminal como por parte de otros que puedan estar
inclinados a cometer más delitos.
La
primera sociedad en desarrollar un código integral de leyes, incluidos los
códigos penales, fue la República Romana. Los romanos son considerados los
verdaderos precursores del sistema legal moderno, y sus influencias aún se ven
hoy en día, ya que el lenguaje latino se conserva en gran parte de la
terminología legal y aquí no me dejarán mentir mis amigos abogados. Roma
instauró una visión más secular del crimen, viendo los actos delictivos como
una afrenta a la sociedad en oposición a los dioses, de ahí que asumiera el
papel de determinar y aplicar el castigo como una función gubernamental, con
objeto de mantener una sociedad ordenada.
Posteriormente,
la introducción y propagación del cristianismo en el oeste provocó el regreso a
una conexión religiosa entre crimen y castigo. Con el declive del Imperio
Romano, la falta de una autoridad central fuerte condujo a un retroceso en la
actitud de las personas hacia la comisión de delitos. Los actos criminales
comenzaron a ser considerados como obra e influencia del diablo. Los crímenes
fueron equiparados con el pecado. Una barbaridad humana ¿no creen?
El
teólogo católico Santo Tomás de Aquino fue quien mejor expresó estas nociones
en su famoso tratado “Summa Theologica”, donde se planteaba que los crímenes
violaban la ley natural (instaurada por Dios), lo que significaba que alguien
que cometía un crimen también había cometido un acto que le había separado de
Dios.
Comenzó
a entenderse entonces que los crímenes no sólo herían a la víctima sino también
al criminal, y también a los monarcas, creyendo en su autoridad totalitaria
concedida por la voluntad de Dios. Los crímenes contra las personas, la propiedad
y el estado fueron vistos como crímenes contra Dios y el castigo era a menudo
rápido y cruel, con poca consideración por el criminal. A medida que la noción
de separación de la Iglesia y el Estado comenzó a echar raíces, tema en el que
me reservo mi humilde opinión, las ideas sobre crimen y castigo adoptaron una
forma más secular y humanista.
Cesare
Lombroso, médico y antropólogo de formación, es considerado el padre de la
Criminología. Su obra “Tratado antropológico experimental del hombre delincuente”
se asume como la primera compilación sistematizada en esta área. Junto con
Enrico Ferri y Raffaele Garofalo, fue uno de los grandes representantes de la
Criminología primigenia o Criminología positivista.
El
pensamiento de Cesare Lombroso estuvo fuertemente influenciado por las teorías
de Darwin. En este sentido, Lombroso llegó a decir que los criminales eran “el
eslabón perdido”, un ser que estaba en un punto intermedio entre el simio y el
hombre. Su clasificación de los criminales fue, durante mucho tiempo, la
principal herramienta para establecer el perfil de los delincuentes.
Los
dividió en: criminal nato, delincuente loco moral, delincuente epiléptico,
delincuente loco, delincuente pasional y delincuente ocasional. De hecho,
muchos de sus postulados se debaten todavía en el campo del derecho. La teoría
y la clasificación de criminales de Cesare Lombroso se mantuvieron vigentes por
un tiempo, pero luego fueron radicalmente reevaluadas. Aparecían serias
deficiencias en los diferentes contrastes que se intentaron utilizando el método
científico. También, por momentos, se tornaba peligrosa: incitaba al prejuicio y
a veces propugnaba la “eliminación definitiva” del criminal.
La
verdad es que la criminalidad, ha sido (es y será) una de las mayores incógnitas
que el ser humano ha tratado de explicar, en ocasiones con éxito, otras sin resultados
demasiado certeros. En este sentido, uno de los temas en los que más se ha
profundizado, ha sido en su relación con la personalidad; por ello, quiero ahora
centrar la atención en el modelo de Eysenck sobre la personalidad criminal.
Este
modelo de Eysenck ha sido uno de los trabajos más trascendentes realizados en
la Psicología acerca de la personalidad. Para poder explicarles la personalidad
criminal a través de este modelo, tenemos primero que tomar en cuenta el
concepto de “delito”. Este implica llevar a cabo ciertos riesgos y conductas
extremas, así como una falta de empatía por los bienes materiales y personales
ajenos. Por tanto, según el modelo de Eysenck, la personalidad criminal tendría
la siguiente combinación:
Por
un lado, se relacionaría con un elevado grado de extraversión. La osadía, la
despreocupación (rasgos fundamentales de la extraversión) se caracterizarían
por ser elementos constituyentes en la comisión de un hecho delictivo. Seamos
sinceros, hace falta valor para robar en una tienda, por ejemplo. Seguidamente,
un delincuente se definiría también por unos niveles bajos de neuroticismo. Su
sistema límbico no se activaría tan rápido ante los estímulos que recibe. Esto
implica que en el momento en que piensa en cometer un delito no tiene una
visión futura de las consecuencias de sus actos. Ese estímulo no activaría el
sistema simpático del SNA, impidiéndole sentir culpa y posteriores
remordimientos por lo que ha hecho. Que cosa tan terrible, ¿no les parece?
Por
último, una persona que ha cometido un delito presentaría un elevado grado de
psicoticismo: no siente empatía y muestra una actitud fría ante lo que ha
hecho. El modelo de Eysenck explica de forma general una gran cantidad de
personalidades distintas entre sí. Todo depende de las combinaciones que
podamos hacer, pues no existe una “cantidad” fija de cada uno, sino que siguen
cierta graduación (excepto el psicoticismo).
Al
margen de otras teorías que hayan podido salir a la luz con posterioridad, el
trabajo de Eysenck, adaptado al mundo criminal, ha resultado toda una
innovación para tratar de explicar el porqué del crimen desde el punto de vista
más psicológico, en relación con la personalidad: la personalidad criminal.
Los
primeros criminólogos defendieron un enfoque racional para tratar el crimen. El
escritor italiano Cesare Beccaria, abogó en su libro Sobre Crimen y Castigo por
una escala fija de crimen y castigo basado en la severidad del crimen. Sugirió
que cuanto más severo fuese el crimen, más severo debería ser el castigo.
También creía que prevenir el crimen era más importante que castigarlo y
coincido totalmente.
ENTONCES ¿QUÉ ES LA
CRIMINOLOGÍA?
Definiciones
podemos encontrar muchas, yo sólo les comparto las siguientes: La Criminología
como disciplina es el estudio de la delincuencia y el elemento criminal, sus
causas y la supresión y prevención de la misma. La Criminología es una ciencia
social interdisciplinaria que se encarga del estudio empírico del
comportamiento delictivo y de la reacción social frente al delito.
La
Criminología moderna se desarrolló a partir del estudio de la Sociología, donde
los científicos no han desaprovechado la oportunidad de tener un ejemplar, un
asesino, por ejemplo Manson, al alcance de la mano, quien ha sido un objeto de
estudio de primer orden, donde los investigadores tratan de explicar por qué
este hombre y su corte hicieron lo que hicieron, aplicando tesis psicológicas
como la teoría del etiquetado, la teoría general de la tensión o la teoría del
aprendizaje social, para investigar sobre el carácter intrínseco o ambiental de
la maldad, sobre situaciones extremas de salud mental.
Pero
¿hubo algo más? ¿Hubo alguna conclusión al respecto? No, como muchos otros en
ciencia, hablando de sus propias limitaciones y del clásico “será necesario
seguir investigando”. Entonces, hablando objetivamente y emitiendo mi
particular punto de vista, la literatura sociológica sobre el crimen no se ha
encargado de las dinámicas tras los asesinatos, aparentemente sin sentido, y
eso nos indica que no hay ningún intento serio de aplicar la teoría
criminológica a estos asesinos y sus acciones.
En
esencia, los criminólogos modernos nos tenemos que enfocar, por consiguiente,
en conocer las causas fundamentales del delito y determinar la mejor manera de
abordarlo y prevenirlo. Ofrecer, por otro lado, un diagnóstico de la realidad
criminal con el objetivo de lograr una mayor eficacia en su prevención y
represión. Actualmente es la ciencia que ofrece a los poderes públicos las
opciones científicas más adecuadas para el control de la criminalidad. Cuanto
mejor conozcamos las causas del comportamiento criminal, más se podrá ampliar y
mejorar el campo de actuación.
Hay
una frase de Eduard Punset que quiero citar para hacer énfasis en lo siguiente:
“Los psicópatas nos enseñan que la falta de empatía alimenta nuestra crueldad”.
Entonces, las implicaciones criminológicas, psicológicas, sociales y legales de
los psicópatas criminales y de los psicópatas integrados son muy diferentes.
Aunque cueste creer que hay psicópatas que no matan ni asesinan, lo cierto es
que están ahí, camuflados en la sociedad y en todos los ámbitos que la
conforman. No todos quieren estar listos para saber esto, pero es cierto ahí
están, afuera, esperando la ocasión. Qué miedo, ¿no?
En
realidad, y contrariamente a lo que se piensa, los psicópatas asesinos en serie
son una excepción social. Son muchos más los psicópatas “integrados” o
“subclínicos” que se ocultan entre nosotros pasando desapercibidos. Son
altamente nocivos para la sociedad, para el entorno laboral y para las personas
con las que se relacionan, sobre todo parejas
y familia.
Muchos
estudios han confirmado la asociación entre los trastornos de la personalidad y
el comportamiento criminal, mientras que otros han identificado que las
personalidades antisociales y limítrofes son fuertes predictores de violencia y
agresión, incluso entre los
delincuentes. La personalidad antisocial se considera como un trastorno distinto
de la psicopatía: el primer diagnóstico tiene en cuenta casi exclusiva- mente
el patrón de conducta antisocial, mientras que el segundo incluye no sólo el
comportamiento, sino la falta de remordimiento, la insensibilidad y la frialdad
de afecto. Sin embargo, ambos se consideran disfunciones correlacionadas,
teniendo en cuenta además que una parte de los pacientes antisociales podrían
ser psicópatas.
¿Qué
lenguaje utilizan los psicópatas? ¿Quieres conocer su comunicación no verbal?
¿Son enfermos mentales o crueles delincuentes? ¿Qué dice nuestra ley penal?
¿Qué relación existe entre los comportamientos violentos y los diferentes
trastornos de personalidad? ¿Sabes cómo actúa un depredador emocional y sabrías
reconocerlo? Bueno, esto y más lo sabe un criminólogo.
La
palabra “psicópata” traslada directamente a nuestra mente cara a cara con
varios iconos de la cultura moderna y no todos se ajustarían a la patología que
nos ocupa, pero en general, el cine, la televisión y la literatura están
copados por personajes ficticios y reales que provocan fascinación, temor,
curiosidad y rechazo al mismo tiempo, cuando en realidad la psicopatía está
recogida dentro del grupo de trastornos de personalidad, es decir, una forma de
ser que se caracteriza por la dominación mediante la amenaza, el no sentir
culpa ni remordimiento por lo que se hace y la manipulación para alcanzar los
propios intereses. Todo ello bajo una fachada de absoluta normalidad.
Algo
que sucede frecuentemente es confundir psicópata con psicótico. La diferencia
principal es que el primero no presenta alucinaciones u otras formas de
pensamiento irracional y no pierde contacto con la realidad en ningún momento.
En realidad, la presencia en la sociedad de estas personas es muy baja en
términos estadísticos, aunque su criminalidad es desproporcionada cuando la
cometen. Sin embargo, no se debe confundir diagnóstico con delito. La mayoría
están integrados en la sociedad.
Existen
varias teorías, y algunas apuntan a que la causa principal tiene origen
biológico. La del Bajo Miedo es una de ellas. Estudios respecto de la capacidad
empática de los psicópatas han demostrado que no tienen problema para empatizar
con la felicidad ajena, pero sí con el miedo. Tienen dificultad para
compadecerse de los demás. No hay reacción emocional.
Es
sabido que este tipo de personas responden escasamente ante imágenes de miedo,
dolor y sufrimiento en el cerebro (baja activación de la amígdala, la encargada
del procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales). Tienen gran
dificultad para la adquisición de nuevos miedos asociados a normas sociales,
tienen un bajo temor al castigo y sus consecuencias, y tienen mayor dificultad
para adquirir el componente de evitación daño/castigo, tan importante en nuestra
conciencia.
Si
no se experimenta desde pequeño el miedo al daño o al castigo, no se tiene la
experiencia emocional y, por tanto, difícilmente se responde con temor ante
señales de amenaza o peligro en el futuro. Esto es importantísimo para formar
la conciencia, que se adquiere con la experiencia del miedo y la socialización
a lo largo de nuestro desarrollo. Por tanto, los psicópatas poseen una
conciencia débil apoyada en diferencias biológicas con el resto de la población
y ante las características, las investigaciones y la biología… la pregunta
final es: ¿distinguen entre el bien y el mal? Y la respuesta es sí. Saben
calibrar perfecta- mente entre el bien y el mal, y si dañan, saben lo que están
haciendo.
El
psiquiatra forense José Carlos Fuertes Rocañín nos dice que las conductas antisociales
y agresivas pueden empezar a los 3 o 4 años e ir en aumento si no se pone
remedio. Hay que tener siempre claro que la educación saludable empieza desde
el mismo momento en que el niño viene al mundo y que si algo es siempre
esencial es que exista coherencia entre lo que los padres dicen y hacen.
Factores
sociales alrededor de los menores como el abuso y hoy en día la dependencia de
las redes sociales y del teléfono móvil, o cuando ya tiene 17 años y aumenta la
introversión, el aislamiento y la falta de socialización, todo esto puede
influir a posteriori en conductas agresivas. Donde muchos ven problemas otros
vemos campos de oportunidad para la prevención del delito.
Como
criminólogos nos relacionamos con personas cuyos niveles de malestar emocional
son elevados. Por tanto, somos capaces de captar los sentimientos de las
personas, recordar detalles de las conversaciones y de los aspectos
cualitativos del lenguaje corporal, que nos ayudan a establecer dinámicas
apropiadas y dar las claves de actuación concreta. Tenemos que saber tomar
decisiones, promover iniciativas, dirigir y coordinar equipos humanos, así como
elaborar estrategias, para lo que será necesaria una habilidad como el liderazgo
que englobe tales características. Debemos ser buenos oradores para transmitir
y comunicar de forma correcta la información. En nuestro amplio campo de
actuación requerimos comunicarnos con personas de todo tipo, asistir a
reuniones, congresos y la capacidad comunicativa es una herramienta que nos
ayuda a desenvolvernos con la máxima solvencia.
La
criminalidad no entiende de idiomas, razas o clases sociales y el mundo
globalizado cada vez va más de prisa. Necesitamos ir a la vanguardia en los
nuevos hallazgos que permiten la interacción casi inmediata con los nuevos
descubrimientos. Por ello, cada vez es más necesaria la puesta en común de
proyectos a escala internacional, sin necesidad de largos desplazamientos y
para los que el manejo de las nuevas tecnologías se torna esencial. El marco
multidisciplinario que rodea a la Criminología nos obliga como criminólogos a
estar actualizados en los avances de aquellas disciplinas que nos nutren.
La
lectura es obligada, sobre todo en los avances en disciplinas afines como la
Psicología, Sociología, Política y Biología. En el análisis de la realidad
política, nosotros, como criminólogos, tenemos que desarrollar un sentido de la
justicia, la ética y la moral que nos permita dirigir críticas hacia el propio
Estado de Derecho cuando éste ponga en peligro la convivencia armónica de sus
integrantes. La capacidad de crítica, así como de autocrítica, son importantes
herramientas aun en sistemas ligados a la corrupción. Sin mencionar las horas
inmersas en las escenas del crimen, que si se las detallo, no les resultarán
nada agradables y menos las prácticas
realizadas en laboratorio.
Como
saben, la justicia con la cual se castiga al delincuente o criminal, aunque en
ocasiones no siempre se llega al castigo, no ha funcionado, debido a la falla
de los procesos de detención, por lo que toca a los temas de corrupción. Casi
siempre es una constante, falta de elementos (pruebas), falta de la parte
acusadora y un sinfín de etcéteras. En nuestro país hace falta realizar mucho
trabajo con todos los encargados de la seguridad dentro de los tres órdenes de
gobierno, desde capacitación en conocer los Derechos Humanos, y todos los
protocolos que existen con el victimario y la víctima, o en algunos casos
aplicar los primeros auxilios psicológicos a la víctima o víctimas secundarias,
cosa que no se lleva a cabo de manera pronta, tal como la marca la Ley General
de Víctimas.
Entre
la víctima y el victimario hay un desequilibrio, ya que la víctima ha pasado a
segundo término, y por si fuera poco, son posturas antagónicas, ya que al delincuente
siempre se le ha atendido por parte de la Comisión Nacional de Derechos
Humanos, consigue de manera pronta un abogado, mientras la víctima queda a
expensas de un ministerio público o juez. Por otra parte, nuestro sistema de
justicia, no en todos los casos, claro, lo que menos brinda a la víctima es
justicia, y ésta no es ni pronta ni expedita y además se le revictimiza, y
hasta cierto punto es culpada por los hechos, mientras que el victimario puede
evadir la justicia por un proceso incorrecto llevado por el primer respondiente
o por el Ministerio Publico o por el policía de investigación, por lo que los
criminales pasan a la historia y la víctima pasa al olvido.
Pero
si bien es cierto que el sistema penal es insensible, muestra rechazo, carece
de solidaridad y empatía, podemos apostar como criminólogos, en congruencia con
los Derechos Humanos, por una justicia restaurativa enfocada en ambos, resarcir
el daño y la integración del victimario a la sociedad, desde la presentación de
la denuncia del hecho delictivo. Eso, por un lado, por otro, es incentivar a
que las victimas denuncien ante las autoridades correspondientes, el testimonio
ante tribunales, que aporten las pruebas necesarias y veraces que den soporte a
su caso, incentivar a las autoridades a que no deben revictimizar, y obligar a
dar un seguimiento oportuno a la carpeta de investigación, poniendo a prueba
los planteamientos clásicos de la Penología.
Los
criminólogos y criminalistas podemos coadyuvar dentro de las Organizaciones
Administrativas de los Institutos Públicos encargados de la aplicación de las
penas de privación de libertad, a que se combinen elementos del Derecho Penal y
las modernas tendencias despenalizadoras y el auge de las medidas de seguridad
como reacciones frente al delito.
Hoy
se asume que la pena tiene distintas finalidades, como la prevención general,
que es evitar, amenazando con penas, que los ciudadanos cometan delitos; la
prevención especial, que intenta evitar que el sujeto que ya ha delinquido
vuelva a delinquir y, por último, la retribución, tres conceptos que integran
hoy en día las Teorías Eclécticas de la Pena.
Ahora
bien, tenemos que encontrar dentro de la finalidad de la pena un hueco a esta
idea de retribución o ideas de justicia, como le llaman, ya que el sujeto es
culpable y merece un castigo. Se los dejo de tarea, porque podemos distinguir
entre el fundamento de la pena, que debe ser un fundamento retributivo de
estricta justicia, que es compatible totalmente con la finalidad preventiva de
evitar los delitos o de lo contrario merece un especial análisis. El sector
privado demanda un servicio de control, prevención y tratamiento de la
seguridad, tanto de las víctimas como de los victimarios. No hay en la
actualidad profesionales capacitados para cubrir esta demanda, y es ahí donde
entran en juego los criminólogos y criminalistas que hoy nos estamos formando.
Más
que nunca el Estado no puede hacer caso omiso a aquello a lo que nos estamos
enfrentamos todos los días, como las trabas de las mismas dependencias de justicia,
los estamentos políticos, los recursos materiales y económicos, y eso sin dejar
por un lado todos esos factores criminológicos que se manifiestan en la
sociedad.
El
crimen evoluciona y lo que hoy es válido, mañana puede que sea ineficaz. Como criminólogos
y criminalistas sentimos la responsabilidad de buscar nuevas soluciones que
reencaucen los criterios de política jurídica hacia una equilibrada valoración
del delito, de la víctima y del delincuente, reforzando estudios más complejos
para que el término prevenir no sea parte del lenguaje utópico en México.
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