sábado, 2 de noviembre de 2019

CRIMINOLOGÍA: FASCINACIÓN Y RESPONSABILIDAD



Por CAROLINA CANALES CASTREJÓN
Licenciada en Criminología y Criminalística por la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV). Egresada del Instituto Politécnico Nacional. Conferenciante, articulista y tallerista sobre desarrollo humano. Doctora Honoris Causa por el Colegio Internacional de Profesionistas C&C.
La historia de la Criminología es, en muchos sentidos, la historia de la humanidad. Pasión, avaricia, locura, venganza, en fin, existen muchas razones por las que las personas acaban cometiendo crímenes y, aunque la mayoría de estos crímenes se olvidan rápidamente, excepto por las personas directamente involucradas, algunos aún se recuerdan y se comentan décadas después.
Lo cierto es que el crimen está en todas partes, a todas horas. Los grandes crímenes nos fascinan, nos intrigan. Todos queremos que las fuerzas de seguridad encuentren a los asesinos para que puedan pagar por sus fechorías. Y siempre es desalentador e inquietante cuando eluden la justicia. Son acciones que laceran la seguridad de todos y todas no sólo en México, sino en el mundo entero.
A medida que la sociedad humana ha evolucionado durante miles de años, también lo ha hecho nuestra comprensión de las causas del delito y las respuestas de las sociedades a él. Sólo en los Estados Unidos se estima que uno de cada tres asesinos nunca comparecerá ante la justicia. Estadísticas alarmantes nos hablan de cifras exorbitantes en nuestro país, con casos de asesinatos, desaparecidos y demás, que permanecen sin resolver desde 1980.
Algo está pasando con nuestro Sistema de Justicia Penal o qué ¿acaso existe realmente algo parecido a un crimen perfecto? ¿Son los criminales, tan buenos e inteligentes para cubrir sus huellas? ¿Cómo logran escapar a la justicia? ¿De cuántas formas se puede castigar a un delincuente? Tantas preguntas en el aire cuando se insertan en la mirada fascinante de un criminólogo.
Cuando miras la retorcida mente de un asesino, hay algo diferente. ¿Pero, qué exactamente? ¿Qué empuja a algunas personas a perder todo sentido de la humanidad y la decencia? Por otro lado, la historia no sólo está llena de crímenes extraños, también hay asesinos enloquecidos e impostores habilidosos.
Cuando escuchamos la palabra “criminólogo”, todos nos imaginamos, casi sin excepción, a la típica estampa de una escena del crimen donde una persona con un traje extraño recoge huellas, toma fotos del cadáver, examina el cuerpo de la víctima, analiza patrones de salpicaduras de sangre en la pared y en el suelo, etcétera.
Este cliché, popularizado por las series de televisión, no refleja en absoluto la realidad del trabajo científico forense que en realidad se realiza en campo. Los criminólogos somos científicos sociales que, entre otras cosas, tratamos de prevenir el delito y eso implica el estudio empírico del comportamiento delictivo y la reacción social frente al mismo: concretamente, analizamos el delito como acto individual, al delincuente, a la víctima y las medidas de control social existentes (formales e informales).
Todos tenemos en mente a clásicos personajes del cine como Patrick Bateman, al doctor Hannibal Lecter de “El Silencio de los Inocentes” o a Jack Torrance, protagonista del filme basado en la novela de Stephen King, “El Resplandor”. Son los típicos psicópatas que, por lo general, nos vienen a la cabeza. Pero, ¿qué hay a lo largo de la historia? ¿Por qué hoy en día es fundamental la formación de criminólogos y criminalistas?
La delincuencia ha sido un problema a lo largo de la historia. Para dar respuesta a los crímenes, se establecieron en las primeras sociedades leyes que definían claramente los delitos y los castigos correspondientes. Estos primeros intentos permitieron que la víctima de un crimen emitiera el castigo, pero tratando de aclarar que la respuesta a un crimen en particular debía ser igual a la gravedad del delito en sí. El Código de Hammurabi es uno de los primeros intentos, y tal vez el más conocido, de establecer una escala de castigo para los crímenes.
Los principios establecidos en el código se describen mejor como la “ley de represalias”. Se basa en la aplicación de la Ley del Talión, que incluye además el principio de presunción de inocencia. En la cultura occidental, muchas de las primeras ideas sobre el crimen y el castigo provienen del Antiguo Testamento de la Biblia. El concepto se reconoce más fácilmente como la expresión “ojo por ojo”. En las primeras sociedades, el crimen, junto con casi todo lo demás, se veía en el contexto de la religión. Los actos criminales ofendían, ya fuese a Dios o a los dioses. Fue en este contexto en el que los actos de venganza quedaban justificados, como un medio para apaciguar a los dioses por la afrenta cometida contra ellos.
Platón fue uno de los primeros -y por cierto uno de mis favoritos- en teorizar que el crimen era el resultado de una educación deficiente y que los castigos por crímenes deberían evaluarse en función de su grado de culpa, lo que permite la posibilidad de incluir circunstancias atenuantes. Aristóteles, por su parte, desarrolló la idea de que las respuestas al crimen deberían intentar prevenir actos futuros, tanto por parte del criminal como por parte de otros que puedan estar inclinados a cometer más delitos.
La primera sociedad en desarrollar un código integral de leyes, incluidos los códigos penales, fue la República Romana. Los romanos son considerados los verdaderos precursores del sistema legal moderno, y sus influencias aún se ven hoy en día, ya que el lenguaje latino se conserva en gran parte de la terminología legal y aquí no me dejarán mentir mis amigos abogados. Roma instauró una visión más secular del crimen, viendo los actos delictivos como una afrenta a la sociedad en oposición a los dioses, de ahí que asumiera el papel de determinar y aplicar el castigo como una función gubernamental, con objeto de mantener una sociedad ordenada.
Posteriormente, la introducción y propagación del cristianismo en el oeste provocó el regreso a una conexión religiosa entre crimen y castigo. Con el declive del Imperio Romano, la falta de una autoridad central fuerte condujo a un retroceso en la actitud de las personas hacia la comisión de delitos. Los actos criminales comenzaron a ser considerados como obra e influencia del diablo. Los crímenes fueron equiparados con el pecado. Una barbaridad humana ¿no creen?
El teólogo católico Santo Tomás de Aquino fue quien mejor expresó estas nociones en su famoso tratado “Summa Theologica”, donde se planteaba que los crímenes violaban la ley natural (instaurada por Dios), lo que significaba que alguien que cometía un crimen también había cometido un acto que le había separado de Dios.
Comenzó a entenderse entonces que los crímenes no sólo herían a la víctima sino también al criminal, y también a los monarcas, creyendo en su autoridad totalitaria concedida por la voluntad de Dios. Los crímenes contra las personas, la propiedad y el estado fueron vistos como crímenes contra Dios y el castigo era a menudo rápido y cruel, con poca consideración por el criminal. A medida que la noción de separación de la Iglesia y el Estado comenzó a echar raíces, tema en el que me reservo mi humilde opinión, las ideas sobre crimen y castigo adoptaron una forma más secular y humanista.
Cesare Lombroso, médico y antropólogo de formación, es considerado el padre de la Criminología. Su obra “Tratado antropológico experimental del hombre delincuente” se asume como la primera compilación sistematizada en esta área. Junto con Enrico Ferri y Raffaele Garofalo, fue uno de los grandes representantes de la Criminología primigenia o Criminología positivista.
El pensamiento de Cesare Lombroso estuvo fuertemente influenciado por las teorías de Darwin. En este sentido, Lombroso llegó a decir que los criminales eran “el eslabón perdido”, un ser que estaba en un punto intermedio entre el simio y el hombre. Su clasificación de los criminales fue, durante mucho tiempo, la principal herramienta para establecer el perfil de los delincuentes.
Los dividió en: criminal nato, delincuente loco moral, delincuente epiléptico, delincuente loco, delincuente pasional y delincuente ocasional. De hecho, muchos de sus postulados se debaten todavía en el campo del derecho. La teoría y la clasificación de criminales de Cesare Lombroso se mantuvieron vigentes por un tiempo, pero luego fueron radicalmente reevaluadas. Aparecían serias deficiencias en los diferentes contrastes que se intentaron utilizando el método científico. También, por momentos, se tornaba peligrosa: incitaba al prejuicio y a veces propugnaba la “eliminación definitiva” del criminal.
La verdad es que la criminalidad, ha sido (es y será) una de las mayores incógnitas que el ser humano ha tratado de explicar, en ocasiones con éxito, otras sin resultados demasiado certeros. En este sentido, uno de los temas en los que más se ha profundizado, ha sido en su relación con la personalidad; por ello, quiero ahora centrar la atención en el modelo de Eysenck sobre la personalidad criminal.
Este modelo de Eysenck ha sido uno de los trabajos más trascendentes realizados en la Psicología acerca de la personalidad. Para poder explicarles la personalidad criminal a través de este modelo, tenemos primero que tomar en cuenta el concepto de “delito”. Este implica llevar a cabo ciertos riesgos y conductas extremas, así como una falta de empatía por los bienes materiales y personales ajenos. Por tanto, según el modelo de Eysenck, la personalidad criminal tendría la siguiente combinación:
Por un lado, se relacionaría con un elevado grado de extraversión. La osadía, la despreocupación (rasgos fundamentales de la extraversión) se caracterizarían por ser elementos constituyentes en la comisión de un hecho delictivo. Seamos sinceros, hace falta valor para robar en una tienda, por ejemplo. Seguidamente, un delincuente se definiría también por unos niveles bajos de neuroticismo. Su sistema límbico no se activaría tan rápido ante los estímulos que recibe. Esto implica que en el momento en que piensa en cometer un delito no tiene una visión futura de las consecuencias de sus actos. Ese estímulo no activaría el sistema simpático del SNA, impidiéndole sentir culpa y posteriores remordimientos por lo que ha hecho. Que cosa tan terrible, ¿no les parece?
Por último, una persona que ha cometido un delito presentaría un elevado grado de psicoticismo: no siente empatía y muestra una actitud fría ante lo que ha hecho. El modelo de Eysenck explica de forma general una gran cantidad de personalidades distintas entre sí. Todo depende de las combinaciones que podamos hacer, pues no existe una “cantidad” fija de cada uno, sino que siguen cierta graduación (excepto el psicoticismo).
Al margen de otras teorías que hayan podido salir a la luz con posterioridad, el trabajo de Eysenck, adaptado al mundo criminal, ha resultado toda una innovación para tratar de explicar el porqué del crimen desde el punto de vista más psicológico, en relación con la personalidad: la personalidad criminal.
Los primeros criminólogos defendieron un enfoque racional para tratar el crimen. El escritor italiano Cesare Beccaria, abogó en su libro Sobre Crimen y Castigo por una escala fija de crimen y castigo basado en la severidad del crimen. Sugirió que cuanto más severo fuese el crimen, más severo debería ser el castigo. También creía que prevenir el crimen era más importante que castigarlo y coincido totalmente. 

ENTONCES ¿QUÉ ES LA CRIMINOLOGÍA?
Definiciones podemos encontrar muchas, yo sólo les comparto las siguientes: La Criminología como disciplina es el estudio de la delincuencia y el elemento criminal, sus causas y la supresión y prevención de la misma. La Criminología es una ciencia social interdisciplinaria que se encarga del estudio empírico del comportamiento delictivo y de la reacción social frente al delito.
La Criminología moderna se desarrolló a partir del estudio de la Sociología, donde los científicos no han desaprovechado la oportunidad de tener un ejemplar, un asesino, por ejemplo Manson, al alcance de la mano, quien ha sido un objeto de estudio de primer orden, donde los investigadores tratan de explicar por qué este hombre y su corte hicieron lo que hicieron, aplicando tesis psicológicas como la teoría del etiquetado, la teoría general de la tensión o la teoría del aprendizaje social, para investigar sobre el carácter intrínseco o ambiental de la maldad, sobre situaciones extremas de salud mental.
Pero ¿hubo algo más? ¿Hubo alguna conclusión al respecto? No, como muchos otros en ciencia, hablando de sus propias limitaciones y del clásico “será necesario seguir investigando”. Entonces, hablando objetivamente y emitiendo mi particular punto de vista, la literatura sociológica sobre el crimen no se ha encargado de las dinámicas tras los asesinatos, aparentemente sin sentido, y eso nos indica que no hay ningún intento serio de aplicar la teoría criminológica a estos asesinos y sus acciones.
En esencia, los criminólogos modernos nos tenemos que enfocar, por consiguiente, en conocer las causas fundamentales del delito y determinar la mejor manera de abordarlo y prevenirlo. Ofrecer, por otro lado, un diagnóstico de la realidad criminal con el objetivo de lograr una mayor eficacia en su prevención y represión. Actualmente es la ciencia que ofrece a los poderes públicos las opciones científicas más adecuadas para el control de la criminalidad. Cuanto mejor conozcamos las causas del comportamiento criminal, más se podrá ampliar y mejorar el campo de actuación.
Hay una frase de Eduard Punset que quiero citar para hacer énfasis en lo siguiente: “Los psicópatas nos enseñan que la falta de empatía alimenta nuestra crueldad”. Entonces, las implicaciones criminológicas, psicológicas, sociales y legales de los psicópatas criminales y de los psicópatas integrados son muy diferentes. Aunque cueste creer que hay psicópatas que no matan ni asesinan, lo cierto es que están ahí, camuflados en la sociedad y en todos los ámbitos que la conforman. No todos quieren estar listos para saber esto, pero es cierto ahí están, afuera, esperando la ocasión. Qué miedo, ¿no?
En realidad, y contrariamente a lo que se piensa, los psicópatas asesinos en serie son una excepción social. Son muchos más los psicópatas “integrados” o “subclínicos” que se ocultan entre nosotros pasando desapercibidos. Son altamente nocivos para la sociedad, para el entorno laboral y para las personas con las que se relacionan, sobre todo parejas  y familia.
Muchos estudios han confirmado la asociación entre los trastornos de la personalidad y el comportamiento criminal, mientras que otros han identificado que las personalidades antisociales y limítrofes son fuertes predictores de violencia y agresión,  incluso entre los delincuentes. La personalidad antisocial se considera como un trastorno distinto de la psicopatía: el primer diagnóstico tiene en cuenta casi exclusiva- mente el patrón de conducta antisocial, mientras que el segundo incluye no sólo el comportamiento, sino la falta de remordimiento, la insensibilidad y la frialdad de afecto. Sin embargo, ambos se consideran disfunciones correlacionadas, teniendo en cuenta además que una parte de los pacientes antisociales podrían ser psicópatas.
¿Qué lenguaje utilizan los psicópatas? ¿Quieres conocer su comunicación no verbal? ¿Son enfermos mentales o crueles delincuentes? ¿Qué dice nuestra ley penal? ¿Qué relación existe entre los comportamientos violentos y los diferentes trastornos de personalidad? ¿Sabes cómo actúa un depredador emocional y sabrías reconocerlo? Bueno, esto y más lo sabe un criminólogo.
La palabra “psicópata” traslada directamente a nuestra mente cara a cara con varios iconos de la cultura moderna y no todos se ajustarían a la patología que nos ocupa, pero en general, el cine, la televisión y la literatura están copados por personajes ficticios y reales que provocan fascinación, temor, curiosidad y rechazo al mismo tiempo, cuando en realidad la psicopatía está recogida dentro del grupo de trastornos de personalidad, es decir, una forma de ser que se caracteriza por la dominación mediante la amenaza, el no sentir culpa ni remordimiento por lo que se hace y la manipulación para alcanzar los propios intereses. Todo ello bajo una fachada de absoluta normalidad.
Algo que sucede frecuentemente es confundir psicópata con psicótico. La diferencia principal es que el primero no presenta alucinaciones u otras formas de pensamiento irracional y no pierde contacto con la realidad en ningún momento. En realidad, la presencia en la sociedad de estas personas es muy baja en términos estadísticos, aunque su criminalidad es desproporcionada cuando la cometen. Sin embargo, no se debe confundir diagnóstico con delito. La mayoría están integrados en la sociedad.
Existen varias teorías, y algunas apuntan a que la causa principal tiene origen biológico. La del Bajo Miedo es una de ellas. Estudios respecto de la capacidad empática de los psicópatas han demostrado que no tienen problema para empatizar con la felicidad ajena, pero sí con el miedo. Tienen dificultad para compadecerse de los demás. No hay reacción emocional.
Es sabido que este tipo de personas responden escasamente ante imágenes de miedo, dolor y sufrimiento en el cerebro (baja activación de la amígdala, la encargada del procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales). Tienen gran dificultad para la adquisición de nuevos miedos asociados a normas sociales, tienen un bajo temor al castigo y sus consecuencias, y tienen mayor dificultad para adquirir el componente de evitación daño/castigo, tan importante en nuestra conciencia.
Si no se experimenta desde pequeño el miedo al daño o al castigo, no se tiene la experiencia emocional y, por tanto, difícilmente se responde con temor ante señales de amenaza o peligro en el futuro. Esto es importantísimo para formar la conciencia, que se adquiere con la experiencia del miedo y la socialización a lo largo de nuestro desarrollo. Por tanto, los psicópatas poseen una conciencia débil apoyada en diferencias biológicas con el resto de la población y ante las características, las investigaciones y la biología… la pregunta final es: ¿distinguen entre el bien y el mal? Y la respuesta es sí. Saben calibrar perfecta- mente entre el bien y el mal, y si dañan, saben lo que están haciendo.
El psiquiatra forense José Carlos Fuertes Rocañín nos dice que las conductas antisociales y agresivas pueden empezar a los 3 o 4 años e ir en aumento si no se pone remedio. Hay que tener siempre claro que la educación saludable empieza desde el mismo momento en que el niño viene al mundo y que si algo es siempre esencial es que exista coherencia entre lo que los padres dicen y hacen.
Factores sociales alrededor de los menores como el abuso y hoy en día la dependencia de las redes sociales y del teléfono móvil, o cuando ya tiene 17 años y aumenta la introversión, el aislamiento y la falta de socialización, todo esto puede influir a posteriori en conductas agresivas. Donde muchos ven problemas otros vemos campos de oportunidad para la prevención del delito.
Como criminólogos nos relacionamos con personas cuyos niveles de malestar emocional son elevados. Por tanto, somos capaces de captar los sentimientos de las personas, recordar detalles de las conversaciones y de los aspectos cualitativos del lenguaje corporal, que nos ayudan a establecer dinámicas apropiadas y dar las claves de actuación concreta. Tenemos que saber tomar decisiones, promover iniciativas, dirigir y coordinar equipos humanos, así como elaborar estrategias, para lo que será necesaria una habilidad como el liderazgo que englobe tales características. Debemos ser buenos oradores para transmitir y comunicar de forma correcta la información. En nuestro amplio campo de actuación requerimos comunicarnos con personas de todo tipo, asistir a reuniones, congresos y la capacidad comunicativa es una herramienta que nos ayuda a desenvolvernos con la máxima solvencia.
La criminalidad no entiende de idiomas, razas o clases sociales y el mundo globalizado cada vez va más de prisa. Necesitamos ir a la vanguardia en los nuevos hallazgos que permiten la interacción casi inmediata con los nuevos descubrimientos. Por ello, cada vez es más necesaria la puesta en común de proyectos a escala internacional, sin necesidad de largos desplazamientos y para los que el manejo de las nuevas tecnologías se torna esencial. El marco multidisciplinario que rodea a la Criminología nos obliga como criminólogos a estar actualizados en los avances de aquellas disciplinas que nos nutren.
La lectura es obligada, sobre todo en los avances en disciplinas afines como la Psicología, Sociología, Política y Biología. En el análisis de la realidad política, nosotros, como criminólogos, tenemos que desarrollar un sentido de la justicia, la ética y la moral que nos permita dirigir críticas hacia el propio Estado de Derecho cuando éste ponga en peligro la convivencia armónica de sus integrantes. La capacidad de crítica, así como de autocrítica, son importantes herramientas aun en sistemas ligados a la corrupción. Sin mencionar las horas inmersas en las escenas del crimen, que si se las detallo, no les resultarán nada agradables  y menos las prácticas realizadas en laboratorio.
Como saben, la justicia con la cual se castiga al delincuente o criminal, aunque en ocasiones no siempre se llega al castigo, no ha funcionado, debido a la falla de los procesos de detención, por lo que toca a los temas de corrupción. Casi siempre es una constante, falta de elementos (pruebas), falta de la parte acusadora y un sinfín de etcéteras. En nuestro país hace falta realizar mucho trabajo con todos los encargados de la seguridad dentro de los tres órdenes de gobierno, desde capacitación en conocer los Derechos Humanos, y todos los protocolos que existen con el victimario y la víctima, o en algunos casos aplicar los primeros auxilios psicológicos a la víctima o víctimas secundarias, cosa que no se lleva a cabo de manera pronta, tal como la marca la Ley General de Víctimas.
Entre la víctima y el victimario hay un desequilibrio, ya que la víctima ha pasado a segundo término, y por si fuera poco, son posturas antagónicas, ya que al delincuente siempre se le ha atendido por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, consigue de manera pronta un abogado, mientras la víctima queda a expensas de un ministerio público o juez. Por otra parte, nuestro sistema de justicia, no en todos los casos, claro, lo que menos brinda a la víctima es justicia, y ésta no es ni pronta ni expedita y además se le revictimiza, y hasta cierto punto es culpada por los hechos, mientras que el victimario puede evadir la justicia por un proceso incorrecto llevado por el primer respondiente o por el Ministerio Publico o por el policía de investigación, por lo que los criminales pasan a la historia y la víctima pasa al olvido.
Pero si bien es cierto que el sistema penal es insensible, muestra rechazo, carece de solidaridad y empatía, podemos apostar como criminólogos, en congruencia con los Derechos Humanos, por una justicia restaurativa enfocada en ambos, resarcir el daño y la integración del victimario a la sociedad, desde la presentación de la denuncia del hecho delictivo. Eso, por un lado, por otro, es incentivar a que las victimas denuncien ante las autoridades correspondientes, el testimonio ante tribunales, que aporten las pruebas necesarias y veraces que den soporte a su caso, incentivar a las autoridades a que no deben revictimizar, y obligar a dar un seguimiento oportuno a la carpeta de investigación, poniendo a prueba los planteamientos clásicos de la Penología.
Los criminólogos y criminalistas podemos coadyuvar dentro de las Organizaciones Administrativas de los Institutos Públicos encargados de la aplicación de las penas de privación de libertad, a que se combinen elementos del Derecho Penal y las modernas tendencias despenalizadoras y el auge de las medidas de seguridad como reacciones frente al delito.
Hoy se asume que la pena tiene distintas finalidades, como la prevención general, que es evitar, amenazando con penas, que los ciudadanos cometan delitos; la prevención especial, que intenta evitar que el sujeto que ya ha delinquido vuelva a delinquir y, por último, la retribución, tres conceptos que integran hoy en día las Teorías Eclécticas de la Pena.
Ahora bien, tenemos que encontrar dentro de la finalidad de la pena un hueco a esta idea de retribución o ideas de justicia, como le llaman, ya que el sujeto es culpable y merece un castigo. Se los dejo de tarea, porque podemos distinguir entre el fundamento de la pena, que debe ser un fundamento retributivo de estricta justicia, que es compatible totalmente con la finalidad preventiva de evitar los delitos o de lo contrario merece un especial análisis. El sector privado demanda un servicio de control, prevención y tratamiento de la seguridad, tanto de las víctimas como de los victimarios. No hay en la actualidad profesionales capacitados para cubrir esta demanda, y es ahí donde entran en juego los criminólogos y criminalistas que hoy nos estamos formando.
Más que nunca el Estado no puede hacer caso omiso a aquello a lo que nos estamos enfrentamos todos los días, como las trabas de las mismas dependencias de justicia, los estamentos políticos, los recursos materiales y económicos, y eso sin dejar por un lado todos esos factores criminológicos que se manifiestan en la sociedad.
El crimen evoluciona y lo que hoy es válido, mañana puede que sea ineficaz. Como criminólogos y criminalistas sentimos la responsabilidad de buscar nuevas soluciones que reencaucen los criterios de política jurídica hacia una equilibrada valoración del delito, de la víctima y del delincuente, reforzando estudios más complejos para que el término prevenir no sea parte del lenguaje utópico en México.   

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